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De Pinceles y Fusiles: Una Perspectiva sobre el Arte en Colombia
El aroma del café recién preparado se mezclaba con la brisa fresca de Piedecuesta mientras recorría las calles del barrio San Antonio. Aquella tarde de diciembre, lo que parecía una escapada familiar rutinaria se convirtió en una confrontación directa con las tensiones que moldean el tejido social colombiano. Fue entre la emotividad y las vibrantes obras del Festival Cuadrarte donde descubrí cómo el arte puede convertirse en un arma frente a una guerra que no deja de cobrar víctimas, especialmente entre los más jóvenes.
El destino, con su cruda ironía, decidió enfrentarme al contraste más desgarrador. Mi visita al festival, nacida de un azar casi anecdótico, terminó siendo una ventana a un espacio en el que la creatividad parecía desafiar los límites impuestos por un país marcado por décadas de conflicto. Entre los muros coloridos que rodean el convento de las monjas claristas, el arte florecía como un acto de resistencia. Allí, niños con pinceles y artistas locales e internacionales se esforzaban por transformar el entorno, construyendo nuevas narrativas en un contexto que tan a menudo sofoca la imaginación.
Cuadrarte no es solo un festival; es un símbolo de persistencia. Lo que comenzó como un taller de pintura infantil liderado por Ramiro Bermúdez Barajas hace más de tres décadas, ha crecido hasta convertirse en un evento que congrega a artistas y crea un espacio donde lo tradicional y lo contemporáneo coexisten. Sin embargo, esta celebración del arte, esta pequeña utopía temporal, no está exenta de las tensiones que definen la vida en Colombia.
Ese mismo día, al refugiarme en un restaurante cercano, la televisión me devolvió de golpe a la realidad. Un noticiero, con su tono seco y numérico, anunciaba que 297 menores habían sido reclutados forzosamente por grupos armados en lo que iba del año. De pronto, la magia de Cuadrarte se transformó en un prisma para observar la brutal realidad que define nuestro país. ¿Qué papel puede jugar el arte cuando la violencia sistemática despoja a los niños de su niñez?
El contraste era tan nítido como cruel. Por un lado, Cuadrarte mostraba un camino: niños que, en lugar de ser absorbidos por dinámicas violentas, hallaban en el arte un espacio para imaginar, expresar y resistir. Por otro lado, las estadísticas me recordaban que este festival, por noble que fuera, no podía salvar a todos. Pero quizá esa no sea la cuestión. El verdadero valor de Cuadrarte radica en ofrecer una alternativa, en demostrar que incluso en un país devastado por la guerra, es posible construir espacios donde la vida y la creatividad puedan florecer.
El Arte como Resistencia y Esperanza
La violencia en Colombia no es una abstracción; es un fenómeno visceral que atraviesa generaciones, cuerpos y geografías. Pero iniciativas como Cuadrarte demuestran que el arte tiene la capacidad de reconfigurar esta narrativa. Las obras que adornan las paredes del convento de las monjas claristas no son solo ejercicios estéticos; son manifestaciones de resistencia frente a un contexto que insiste en silenciar la imaginación y perpetuar la desesperanza.
El arte, en este caso, se convierte en un acto político. No solo sirve para embellecer espacios, sino para reclamar territorios simbólicos en una guerra que no solo se libra con armas, sino también con narrativas. Cada pincelada, cada taller impartido, cada niño que aprende a expresar sus sueños a través del color, es una forma de rechazar la lógica de la violencia y apostar por un futuro diferente.
Pero no podemos caer en la trampa de idealizar. Por más transformador que sea el arte, no puede resolver por sí solo las profundas inequidades y las dinámicas de poder que alimentan el reclutamiento forzado y la violencia en Colombia. Sin embargo, puede plantar semillas de esperanza, construir pequeños refugios donde las comunidades puedan imaginar una realidad distinta y, quizás, comenzar a materializarla.
Una Lección Crítica
Esa tarde en Piedecuesta, Cuadrarte me enseñó que el arte no es solo una herramienta para expresar emociones o embellecer entornos; es, ante todo, una forma de resistencia y reconstrucción. Sin embargo, también me recordó que estas iniciativas no son suficientes si no se articulan con políticas públicas que aborden las causas estructurales de la violencia.
El verdadero desafío radica en cómo logramos expandir el impacto de espacios como Cuadrarte para que no sean excepciones, sino normas. En un país donde los fusiles han dictado la historia, los pinceles tienen el potencial de reescribirla, pero solo si les damos el lugar y el apoyo que merecen. La batalla no está perdida, pero tampoco ganada. Y el arte, con toda su fragilidad y poder, tiene un papel crucial en este proceso.
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